Ya no importan los que están, sino aquellos que quizá vienen

Por Francisco Olivera |

MAR DEL PLATA | Hacía tiempo que la voz de Roberto Baratta,2105898w620 uno de los colaboradores más fieles que le quedan a Julio De Vido, no sonaba tan estridente. «¿Ustedes se dan cuenta de que faltan diez días para las elecciones?», se exasperó. En el momento menos pensado, sin temperaturas riesgosas ni restricciones de oferta, el apagón en las subestaciones Paraná y Azcuénaga de Edesur dejó el martes sin luz a 100.000 clientes porteños, unas 400.000 personas. Los reproches del subsecretario fueron entonces hacia la distribuidora, que venía celebrando la llegada al país del italiano Maurizio Bezzeccheri como country manager.

La pesadilla lleva ya varios días. Y es probable que el costo de las soluciones, hasta aquí transitorias, supere los 100 millones de pesos. Por ahora, entre el Ministerio de Planificación y Edesur acordaron aliviarlo a través de la contratación de 70 grupos electrógenos, incluidos 12 camiones four packs de 10 megavatios que se conectaron a la subestación Paraná. Un respiro. Aunque, vista desde una estética patriótica, la marca elegida para los generadores haya vuelto a desviar al Frente para la Victoria de su objetivo de soberanía energética emancipadora: Aggreko es una multinacional británica.

Pero el enojo de Baratta es bastante atendible. Por una vez, luego de la gestión energética más inexplicable en décadas, los cortes obedecieron a causas ajenas a la cartera que conduce De Vido. Una excavación desafortunada de la telefónica Telmex, controlante de Claro, cortó dos cables de alta tensión (132 kW) que trasladan la electricidad de la usina Central Puerto a las subestaciones Paraná y Azcuénaga. El objetivo de la obra tampoco tuvo que ver con el proyecto nacional y popular: se pretendía cruzar con una fibra óptica por debajo de la avenida Figueroa Alcorta hacia el centro de convenciones que el gobierno porteño está construyendo al lado de la Facultad de Derecho.

Baratta intentó entonces, sin éxito, que Edesur emitiera un comunicado para culpar a Macri. Argumentaba que, por ejemplo, no había cumplido con una ley de 2005 que establece un mapeo de las obras en la ciudad, incluido el subsuelo. Pero la distribuidora demandó sólo a Telmex. Del resto se encargó el Ministerio de Planificación, que se presentó en la Justicia contra directivos de Telmex y su contratista, Ibercom Multicom, y «los funcionarios responsables del gobierno de la ciudad autónoma de Buenos Aires, a fin de que se investigue la posible comisión de los delitos contemplados en el Título VII: delitos contra la seguridad pública», según consigna la denuncia.

Hay que admitirle al kirchnerismo cierta coherencia retórica: hace tiempo que en la Argentina lo que importa es lo que se ve. Relacionar causas y efectos parece en política un exceso de complejidad. Quedó claro esta semana, delante de las cámaras de TV o en las redes sociales, cuando los usuarios afectados insultaban primero a Edesur, y después, al Gobierno. Si se resolvió desligar durante 12 años la crisis energética de la política tarifaria, no suena descabellado defenderse aun cuando no se tenga la culpa.

El nerviosismo tiene, una vez más, razones estéticas. Y empeora mientras el kircherismo ensaya una despedida a tono con la que, admiten en la quinta de Olivos, sueña la Presidenta: quedar en la historia como la dirigente que les mejoró la vida a los argentinos peleando contra las corporaciones. Es el legado, estúpido. De ahí la proliferación de cadenas nacionales durante el último mes. Que sin duda serán más después del 25 de este mes: si Daniel Scioli gana las elecciones en primera vuelta, para celebrar un triunfo que se juzgará propio; si hay ballottage, para mostrarle al candidato cuánto apuntalamiento necesita.

Esta obsesión no nace de un antojo, sino del convencimiento de que la jefa ha perdido foco. Una forma de gobernar, y junto a ella casi todos sus protagonistas, inevitablemente abandonan la escena. Fue más que evidente en esta ciudad, con la asistencia recórd de ejecutivos al Coloquio de IDEA, que terminó ayer, y donde el interés estuvo más en los que vienen que en los que se van. «Acá ya no hay movimiento», admiten últimamente en el 5° piso del Palacio de Hacienda.

Dirigente experimentado, De Vido lo sabe. No necesita que le expliquen por qué José María Olazagasti, su secretario privado, empezó a ser removido de sus funciones en la Agencia Federal de Inteligencia, que conduce Oscar Parrilli. El fervor con que los hombres de negocios recibieron aquí a Scioli también da cuenta de ese viraje hacia un nuevo centro de gravedad institucional: es probable que ninguno de los que el miércoles saludaron calurosamente a Diego Bossio, que llegó acompañando al gobernador y ya proyecta una gestión propia con planes de viviendas, haya extrañado al arquitecto. Justo a De Vido, el gran dialoguista de las corporaciones. Pero las sucesiones peronistas siempre tienen adelantados. ¿Qué otra razón tendrían los militantes cristinistas para haber bautizado al jefe de la Anses como «el primer Judas Iscariote» del proyecto?

Quienes conocen a Scioli afirman que el despegue vendrá más pronto de lo que se supone. Como ejemplo citan una coincidencia en dos razonamientos que sus asesores Mario Blejer y Miguel Bein, uno en un seminario con 25 asistentes y otro en una charla cara a cara, acaban de dejarles a empresarios: el retraso tarifario es tal que subir 100 o 400% las facturas tendría prácticamente el mismo impacto político y psicológico en los usuarios.

Pero ¿por dónde emprender el cambio, con el gendarme de la continuidad en la propia fórmula presidencial? Carlos Zannini ha sido hasta ahora un doble garante de convivencia: para Scioli, el reaseguro de que habrá juego limpio al menos hasta el 25; para el gobierno nacional, la fantasía de un regreso. En la provincia de Buenos Aires dicen haber dado con un insumo adecuado y del que se habla poco: las causas judiciales que arrastran los funcionarios kirchneristas, estimadas en más de 600. «Manchados, no», prometen en La Plata. Será el principal argumento de descarte. De ahí que hayan interpretado la definición de Estela de Carlotto, que ve en Scioli «una transición constructiva hasta el regreso de Cristina», como una advertencia de la Presidenta hacia el futuro.

No parece casual que quien se atrevió primero a calificarla de «irresponsable» haya sido Bossio. El apóstol. Con la revelación del nuevo mesías, y despojado de todo bocado, el kirchnerismo racional aspira al menos a escribir sus evangelios.

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