Por Francisco Olivera |
Cuenta entre íntimos Florencio Randazzo que la única razón por la que no renunció hace varios meses es que, el día en que le reprochaba a Cristina Kirchner no haberlo dejado competir con Daniel Scioli por la presidencia, ella rompió en llanto y le pidió que siguiera hasta el final. Habrá sido el último acto de lealtad del Ministro del Interior: la semana pasada, contra la negativa del resto de sus compañeros a exponer la transición, se sacó una foto con su sucesor, Rogelio Frigerio.
Algunas órdenes y protocolos típicos del kirchnerismo vienen perdiendo fuerza desde el ballottage. Un día después, al 5° piso del edificio de la Av. Julio A. Roca 651, donde funciona la Secretaría de Industria, llegó la instrucción de remover el cotillón militante de las paredes: afiches de Néstor y Cristina Kirchner, carteles con la inscripción «Clarín miente», entre otras muestras de identidad. Como si toda la administración hubiera ya asimilado la idea de la muerte de la política emocional.
Es probable que, en adelante, los ministros decidan su renuncia o sean echados de acuerdo con razones más cerebrales, como los resultados de gestión o eventuales incompatibilidades en la función pública. Es el cambio de paradigma que vienen percibiendo los empresarios que han tomado en estos días contacto con el macrismo: la pretensión del nuevo gobierno será, con lo bueno y con lo malo que eso supone para un hombre de negocios, la restauración de un sistema de reglas.
Esta noción es considerada ingenua en el mundo de la política. Algo de eso le transmitió Cristina Kirchner a Macri en el breve encuentro de la semana pasada. Más que hostil, ella se mostró ese día inmensamente reveladora de cómo se había sentido tratada en estos años. Además de confesarle su anhelo de ser despedida la semana próxima con los militantes en la calle, le anticipó que, en pocos días, él entendería el peso real de ser presidente: paros de Hugo Moyano, críticas de la prensa, sectores que ponen trabas todos los días. No fue magia.
Macri salió decepcionado. Es imposible separar el contenido de aquella charla, más centrada en las circunstancias del presidente que sale que en los desafíos de quien llega, de la discusión sobre dónde se entregarán el bastón y la banda presidencial. La conclusión de ese tironeo está más allá de quién tenga razón: a la jefa del Estado le cuesta el traspaso como a ningún otro presidente desde 1983.
Macri aprovechará estas externalidades para marcar diferencias con su antecesora desde el primer día. No llegará, como pensaba, a anunciar el paquete inicial de medidas en la asunción. Instrumentarlas requiere estar en despachos que todavía no fueron abiertos a la sucesión. Será entonces el lunes 14, el mismo día en que hablará en la clausura de la conferencia industrial en Parque Norte, en un lanzamiento que incluirá decisiones institucionales y económicas. Una de las más relevantes busca licuarle el poder a los 12 jueces de Comodoro Py, todos ellos de frecuente interacción con el poder político: Norberto Oyarbide, Claudio Bonadio, Daniel Rafecas, Ariel Lijo, Rodolfo Canicoba Corral, María Romilda Servini de Cubría, Sebastián Casanello, Sebastián Ramos, Marcelo Martínez de Giorgi, Luis Rodríguez, Julián Ercolini y Sergio Torres.
La idea es dejar sentado ese día el trazo principal de la nueva gestión. Lo que en su entorno prefieren llamar «un plan de gobierno» que no debería sufrir, dicen, demasiadas modificaciones en cuatro años. Ese sendero excluye necesariamente íconos kirchneristas que en Cambiemos juzgan extravagancias propias de una economía estancada desde hace cuatro años y en default. Podrá amagarse con una continuidad durante los primeros días, pero planes como el de Precios Cuidados no parecen tener un futuro promisorio. Igual que Enarsa, la petrolera estatal a la que antes habrá que encontrarle una salida jurídica porque tiene participación en áreas de hidrocarburos o empresas privadas como Transener. El trastocamiento promete en realidad ser una marca de todos los ministerios. El área de cultura, por ejemplo, busca virar del actual modelo del pensamiento nacional al de la creatividad y la innovación.
La propuesta no disgusta a la mayoría de los empresarios. Por lo pronto, varios de ellos y parte de la comunidad internacional han dado muestras de querer acompañar. «Sé que la Argentina ha decidido un cambio, y nosotros somos muy optimistas con el cambio», les dijo anteayer en el hotel Alvear Francisco Cannabrava, ministro consejero de la Embajada de Brasil, a ejecutivos de la Cámara de Comercio Argentino Brasileña, que conduce Agustín O’Reilly. El establishment aguarda definiciones que exceden los efectos de una normalización cambiaria o un ajuste, y que dependen más que nada del marco jurídico. Hay inquietud, por ejemplo, con la ley del arrepentido que Cambiemos prometió en campaña y que tendrá a Elisa Carrió como principal vigía, tal como demostró la diputada la semana pasada al criticar la relación entre Daniel Angelici e integrantes de la Justicia. ¿Está la Argentina en condiciones de incorporar un sistema como el que ha llevado a la cárcel a los empresarios y legisladores más poderosos de Brasil, es decir, de enfrentarse con su propia realidad pública y privada? «La van a promulgar, pero me suena que va a ser algo para mostrar, sin efectos tan profundos», dijo a este diario un propietario pródigo en relaciones con los gobiernos de las últimas décadas.
Aun así, con la experiencia de la Alianza todavía gravitante, es probable que los primeros tests del nuevo presidente sean internos. Por lo pronto, entrar en sintonía con Alfonso Prat-Gay, su conductor económico, y entablar con él una relación de confianza que en el último mes tuvo sus primeros desencuentros: no sólo se cuestionan el uno al otro la virtud de la humildad, sino que al economista le costó aceptar el pedido de silencio luego de haber anticipado un aumento en la cotización del dólar oficial. «Es la primera vez en mi vida que no pude dormir», admitió entonces, muy molesto.
Hacia fuera del gabinete, algunas relaciones vienen también marcadas desde la campaña electoral. Por primera vez en mucho tiempo, Macri siente la sensación de haberles ganado la discusión a antiguos pares que presionaron para que acordara con Sergio Massa, empresarios que no veían en él más que a un político amateur y que, en más de un caso, apostaron en todo sentido por Scioli. Esa reivindicación parece haberle dado al nuevo líder, dicen en su entorno, un aplomo comparable al que le dieron sus recurrentes meditaciones budistas en Benavídez con la especialista Ángeles Ezcurra. Un impulso necesario, sin dudas no suficiente, para interactuar con un sector que, a los golpes, y en algunos casos con gusto, había terminado de habituarse a una política manejada desde una óptica más visceral que estratégica.